El 31 de enero de 1980 un asalto a la Embajada de España, ocasionó 39 muertos, campesinos y estudiantes que querían presentar sus inquietudes, denunciar las vejaciones a las que estaban sometidos. Ante la negativa a ser escuchados, decidieron entrar a la Embajada para llamar la atención internacional, para que su voz fuese escuchada. Entre los fallecidos se encontraban tres diplomáticos entre los cuales el primer secretario de la misión diplomática Jaime Ruiz del Árbol. El Embajador Máximo Cajal, logró salvar la vida.
En estos momentos, tras denuncias de familiares de la víctimas, la justícia guatemalteca pide la extradición el ex Embajador. Le atribuyen haber sido cómplice de la policía al autorizar su entrada, para desalojar a aquellos campesinos y estudiantes que reclamaban sus derechos. La policía usó bombas incendiarias, tras encerrarles en unos despachos. Entre los fallecidos se encontraba Vicente Menchú, padre de Rigoberta Menchú Nobel de Paz. En una entrevista en Barcelona el año 1998, cuando particípó en la Universidad de Barcelona en un encuentro para la Resolución de Conflictos y en una Conferencia en el Centre Cultural Caixa de Catalunya organizada por Catalunya Llibertats, Asociación que me honró presidir, me contó lo difícil que fue su vida, como debió esconderse de pueblo en pueblo a lo largo de trece años, ya que también ella estaba en el punto de mira de aquella policía exterminadora. – En mi libro Els meus Personatges d’Editorial Mediterrània, está la Entrevista-. Pasados 32 años, Máximo Cajal, con mayor serenidad que en aquellos momentos de impotencia, asegura que todos habrían podido salir ilesos si las llamadas a sus «superiores» hubiesen sido atendidas, para exigir de dialogar con los ocupantes, e impedir la entrada de la policia. Recuerdo haber escuchado en diferentes ocasiones, que Cajal llamó al Ministro de Asuntos Exteriores de España Marcelino Oreja, recién llegado al poder, de quién dependía de forma directa, para que autorizase a la negociación pero, nunca respondió al teléfono. Fue una violación flagrante de derechos de hombres y pueblos, una forma sutil de acabar con aquel grupo de gente sencilla que abogaba por su integridad en una nación que les desconocía. Las fuerzas de seguridad, cumpliendo instrucciones muy precisas del Gobierno de Guatemala, violaron la sede diplomática en un acto sin precedentes. Cabe recordar que el único superviviente de aquella vergonzosa masacre Gregorio Yujá, fue asesinado mientras era conducido al hospital. El único superviviente es pues Máximo Cajal al que el regimen guatemalteco quiere extraditar, posiblemente para evitar explique lo qué ocurrió. No me cabe la menor duda de que el Gobierno español de 1980 que presidía Adolfo Suarez, no hizo lo que debía. Tan solo acató órdenes de sus homónimos guatemaltecos. Es preciso recordar para que semejantes atrocidades no se repitan nunca más.