
Laureano Benítez Grande-Caballero 20 Abril 2020

Pandemias mundiales que matan a millones de personas, cuarentenas obligatorias, confinamiento de las poblaciones, puestos de control de la policía y al ejército, tarjetas de identificación biométrica, y un mundo controlado por los gobiernos de arriba hacia abajo, con prácticas absolutamente dictatoriales… No, no me estoy refiriendo al mundo actual, que reúne ya prácticamente todas estas características, implementadas con la excusa de la pandemia del coronavirus, ya que ese mundo casi apocalíptico devastado por tantas lacras y horrores es un escenario para el futuro del planeta que diseñó en el año 2010 la Fundación Rockefeller, descrito en su estudio «Escenarios para el Futuro de la Tecnología y el Desarrollo Internacional», desarrollado en colaboración con la Global Business Network ―Global, ¡cómo no!―, empresa especializada en la planificación de escenarios y aprendizajes experimentales.
Esta proyección para el futuro ―entre los años 2010 y 2013― constaba de cuatro escenarios, uno de los cuales es el que se conocía bajo el nombre de Lock Step ―que puede traducirse como «Fase de bloqueo», «cerradura»… «cuarentena», vamos―, en el cual se describe una pandemia exactamente igual a la actual, que provoca una deriva desde las seudodemocracias actuales hacia estados totalitarios, basados en un agobiante control policial sobre las ideas, los movimientos de las personas, la economía y otros ámbitos de la sociedad, donde unos ciudadanos esclavizados sufren un continuo retroceso en sus derechos y libertades.
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El simulacro se basaba en el desencadenamiento en el año 2012 de una pandemia provocada por una cepa de influenza «extremadamente virulenta y mortal», del tipo H1N1, que se origina mediante unos gansos salvajes. Esta pandemia pone de rodillas al mundo, infecta al 20 por ciento de la población mundial y mata a 8 millones de personas en solo siete meses, devastando la economía mundial. La propagación rápida y la mortalidad de esta pandemia ―causada por un coronavirus, claro― provoca que los derechos individuales sean eliminados, por ser un obstáculo para la supervivencia, mientras los gobiernos imponen medidas autoritarias para responder a la crisis.
Pues bien, esta proyección se cumplió finalmente la fecha indicada, mediante El «síndrome respiratorio agudo grave» (SARS) ―en inglés: Severe Acute Respiratory Syndrome―, una enfermedad respiratoria viral causada por un coronavirus, llamado SARS-CoV. La primera vez que se informó sobre el SRAS fue en Cantón (China), en noviembre de 2002. A los pocos meses, la enfermedad se propagó en más de dos docenas de país en Norteamérica, Suramérica, Europa y Asia antes de que se pudiera contener el brote.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un total de 8,098 personas en todo el mundo se enfermaron del SRAS durante el brote de 2003. De esta cifra, 774 personas murieron. En los Estados Unidos, solo ocho personas fallecieron.
Como se ve por su escasa incidencia, la pandemia fracasó, ya que el virus SARS, a pesar de que su letalidad estaba en torno al 13%, no tenía mucha facilidad de contagio debido a sus características, pues, al infectar a una persona, le producía rápidamente un cuadro sintomático que obligaba al infectado a recluirse en su domicilio, con lo cual se reducía muchísimo su posibilidad de contagio.
Y, lo que son las cosas, el COVID-19 se ha fabricado a partir de una plantilla vírica del SARS: ¿casualidad? ¿O es que han vuelto a la carga, para rematar lo que no se pudo hacer en el 2012?
En el escenario apocalíptico descrito en el estudio de la Fundación Rockefeller, se hace un vivo elogio de cómo China logra controlar la pandemia, precisamente por la rápida adopción de medidas totalitarias, presentando esta política como modelo a seguir por las seudodemocracias occidentales: «A algunos países les fue mejor, a China en particular. La rápida imposición y aplicación de la cuarentena obligatoria por parte del gobierno chino para todos los ciudadanos, así como su cierre instantáneo y casi hermético de todas las fronteras, salvó millones de vidas, impidió la propagación del virus mucho antes que en otros países y permitió un una recuperación pospandémica más rápida». Real como la vida misma, oiga
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Esta fascinación por la dictadura comunista china es un tic habitual en las élites globalistas, a pesar de su ultraliberalismo. David Rockefeller, en un artículo publicado en The New York Times el 1 de agosto de 1973, manifestaba: «Sea cual sea el precio de la Revolución China, es obvio que ésta ha triunfado, no sólo al producir una administración más eficiente y dedicada, sino también al promover una elevada moral y una comunidad de propósitos. El experimento social en China, bajo el liderazgo del presidente Mao, es uno de los más importantes y exitosos de la historia humana». Es decir, que el Nuevo Orden Mundial tendrá sin duda como modelo la dictadura china
Ante el éxito de la estrategia china, las naciones imponen también cuarentenas, controles de la temperatura corporal y otras reglas y restricciones herméticas, políticas dictatoriales que, no hace falta decirlo, continúan en gran parte en el periodo posterior a la pandemia, con la excusa de «Protegerse de la propagación de problemas cada vez más globales, desde pandemias y terrorismo transnacional hasta crisis ambientales y aumento de la pobreza, los líderes de todo el mundo tomaron un control más firme sobre el poder».
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