La segunda lectura nos presenta la actuación de Dios en nuestra realidad actual. No se trata de que sea un “guardia de la porra” dispuesto a sancionar de inmediato nuestras faltas, pero tampoco debemos olvidar su acción pedagógica en nuestra conducta. ¡Cuántas veces silenciosamente se aparta y permite que el prójimo nos margine, que seamos castigados por aquellos mismos con los que colaboramos, para que tal pena reflexionada, nos descubra nuestros defectos y la ayuda de Dios, salvadora de los obstáculos que encontramos, nos recuerde su misericordia ¡. El Señor es también nuestro educador en el tiempo.
Una de las características de nuestra cultura, en el tiempo presente, es que, si bien hemos heredado o tal vez nuestros monumentos y literatura nos recuerdan, que hubo entre nosotros una conciencia colectiva cristiana que fue exigente, sin atrevernos a aborrecerla, no obstante somos capaces de diluirla y convertirla en puro recuerdo amaestrado, sin que resulte exigente y así vivir irresponsablemente tranquilos.
Nadie se queja de que exista Navidad con sus domésticos adornos y peculiares manjares, pero conviven con gastos en viajes o deportes de nieve. El belén o el árbol de Navidad son puro y exclusivo adorno. Nada cambia. La familia no mejora, más aun poco a poco va degenerándose la convivencia, hasta llegar a ser semejante a la de un simple hotel. La generosidad brilla por su ausencia. La austeridad del Niño-Dios se desconoce. La sencillez de la Sagrada Familia, su fidelidad a los designios del Señor, es ignorada, si a alguien se le ocurre mencionarla de inmediato se le silencia. No nos ahogues la fiesta con tus prédicas, al tal se le recrimina de inmediato.
Semana Santa para unos representa las vacaciones de primavera con sus viajes correspondiente. Para otros puro turismo teñido de un barniz religioso, que se complace en contemplar maravillosas procesiones con sus correspondientes imágenes, adornado el ambiente con folclóricas costumbres.
El verano por supuesto, es ocasión de visitar países en los que nunca se ha estado. Conocer gente diferente y saborear guisos típicos.
No se derriban templos, ni se destruyen imágenes, unos y otras son admirables y nos recuerdan antiguas historias, que se han convertido en puras leyendas.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? No, de ninguna manera.
En el hoy, en el ayer y en el anteayer, conviven sin meter ruido, comunidades contemplativas, muchas de ellas han escogido parajes arrinconados , escondidos entre silenciosas montañas. Algunos lo saben y aprovechan su hospitalidad para entregarse a unos días de meditación y plegaria. Fieles a las enseñanzas de San Benito de una u otra manera, o a las de San Bruno o a directrices más modernas, sin que las antiguas hayan perdido actualidad.
Otras comunidades, generalmente situadas en los márgenes de los núcleos urbanos, acogen a enfermos crónicos, huérfanos o a ancianos. Hermanitas de los pobres, de los ancianos desamparados, se llaman, o Cottolengo, la que yo más conozco, admiro. Agradezco y colaboro . No cierran por vacaciones. Se prestan como voluntarios aquellos que una recta y admirable compasión natural les inclina a hacerlo o la conciencia cristiana les invita a servir a Cristo en los impedidos de una u otra manera.
Aquí en nuestra sociedad capitalista o en el Tercer Mundo, no faltan tales recintos, inexistentes en antiguos tiempos.
En el encuentro personal con Dios en la existencia eterna no se nos preguntará si hemos cantado amenizando misas, ni si nos hemos apuntado a cofradías, o alardeado nuestra pertenencia cristiana frente a quienes se presentan como fieles a otras religiones, nos lo recuerda la predicación del Señor.