Nuestra cita
L’homme d’affaires, c’est un hybride du danseur et du calculateur. Paul Valéry.
Ahora están de moda en el sector del automóvil. Mitad motor de combustión, mitad motor eléctrico. Es una etapa intermedia para llegar al eléctrico enchufable, que en teoría es menos contaminante (hagamos un acto de fe) y que además se ajusta a los intereses de una industria mundial oligopolizada.
Pero la hibridez (de la que deriva el concepto “híbrido”) viene de lejos. Podríamos decir que es una mezcla de elementos de distinta naturaleza. Para los biólogos es el cruce de dos organismos que pertenecen a razas o especies diferentes, aunque compatibles. También se utiliza en el mundo laboral (con mayor énfasis debido a la pandemia del Covid), al combinar el trabajo presencial con el trabajo remoto. Otro caso parecido es el que se da en el sistema educativo online con el presencial.
Ahora resulta que la hibridez, que podía tener implicaciones negativas sobre todo para los biólogos (los descendientes híbridos no pueden procrear), es un descubrimiento que mejora la productividad y al mismo tiempo es satisfactorio para quien lo goza, tanto en un entorno de trabajo como en uno de aprendizaje.
La hibridez (del latín “ibrida” / sangres mezcladas) tiene parientes cercanos que no la favorecen, como el griego “hybris”, que implica exceso, violencia. Quizás por ello se ha hecho un esfuerzo –a mi juicio innecesario- para blanquearla. En algún momento se la asoció al mestizaje, que los defensores de la superioridad de la raza aria presentaron como lo opuesto a la pureza de sangre. Esto llevó a aberraciones que todos conocemos, con antecedentes próximos en términos históricos, como la “limpieza de sangre” del “cristiano viejo”, en la Castilla del siglo XV.
A trancas y barrancas se ha abierto camino en muchos campos y algunos analistas sociales la han considerado como la mejor expresión del mundo actual, un mundo en desequilibrio permanente en el que las nuevas tecnologías se han insertado en el propio corpus de la humanidad.
De ahí el “homo technologicus”, un ser cruzado (mitad hombre, mitad máquina), que incluso ha desarrollado un conjunto de piezas culturales (en la literatura y en el cine) como “Blade Runner”, “Robocop”, “Terminator”, etc. Y en los proyectos en los que trabaja la ciencia con relación a la “inteligencia artificial”, ya nos avisan de la implantación de chips en el humano, que será genéticamente modificado.
Vamos a dejar por un momento estos relatos de ciencia ficción (todo es posible) y quedémonos en un espacio próximo, que no es otro que la nación catalana. Dicen las estadísticas que en el Principat viven unos siete millones setecientos mil habitantes, de los que un millón trescientos mil son residentes extranjeros. O sea que la población autóctona es del orden de 6.400.000. Oficialmente todos son ciudadanos españoles, aunque oficiosamente no es así. Hay un colectivo que no se siente español.
Trabajaremos sobre una hipótesis razonable que invalida las clasificaciones que presentan los institutos de investigación, siempre pendientes de los fondos que reciben, sean estos públicos o privados. A la pregunta sobre si los ciudadanos con DNI español que viven en Catalunya se sienten españoles (solo), catalanes (solo) o ambas cosas a la vez, la respuesta dominante –la socialmente aceptada- es la última. Pero, ¿es esto cierto o es una apariencia? Hay que entrar en el cuerpo de la respuesta para saber a qué atenernos.
La primera consideración es constatar que después de los continuos episodios de violencia que el Estado ha ejercido sobre los ciudadanos independentistas catalanes, esos ciudadanos han tomado conciencia de la realidad del conflicto Catalunya-España y en su fuero interno se han dado de baja de la nacionalidad española. Probablemente son unos dos millones. Esta cifra coincide con los que votaron sí a la independencia en el referéndum de octubre del 2017.
Volvamos ahora al cómputo general. Teníamos una población autóctona de 6.400.000. Restemos los menores de dieciocho años (un 15%) y nos quedan aproximadamente 5.500.000. Esta es la población con derecho a voto. Fijémonos ahora en la abstención media en las convocatorias electorales, abstención que varía en Catalunya según sean generales, autonómicas o locales. Si tenemos en cuenta el recorrido histórico desde 1977, podemos estimar que la media es del 30%. Si deducimos este treinta por ciento del conjunto citado, nos queda una población que practica el derecho al voto de forma habitual. Son 3.850.000 ciudadanos, de los que dos millones son independentistas (quieren que Catalunya sea un Estado independiente) y un millón ochocientas cincuenta mil son españolistas (hayan nacido o no en Catalunya), que ya se sienten satisfechos en una Catalunya regional como parte del Estado español.
¿Cómo es que a pesar de este diferencial favorable el independentismo está bloqueado? ¿Qué nos está ocurriendo, se pregunta una gran parte de la población civil? Para hallar una respuesta tendremos que volver a la hibridez. Pero es una hibridez que toma como referencia la fuente biológica. Una hibridez llamémosla borde, ya que el producto resultante de esta combinación es estéril, no puede reproducirse, no tiene futuro. Los “híbridos” han surgido del bloque independentista y han roto el frente común. Son independentistas de día y autonomistas de noche. No se dan cuenta, o no quieren darse cuenta, de que este nuevo ser (en el caso del espacio político catalán) nace muerto. Pero así como un automóvil ofrece las dos opciones como alternativas y el vehículo se desplaza hacia adelante, en el caso de la praxis política lo que ganas por un lado lo pierdes por el otro.
Esquerra Republicana de Catalunya personifica esta variante. Votar a ERC es votar a favor de la liquidación del proyecto independentista. Es votar a los híbridos.