El profesor se levantó de la mesa, caminó hacia las primeras filas de pupitres y mirando a su alumnado de frente les dijo “dictado”, y empezó la narración que niñas y niños anotaban intentando acertar en cada acento, en cada hache, en cada uve. “Andaban por el campo cogidos de la mano cuando Eva, maravillada ante su primer manzano, se liberó para tomar un fruto. “Y él”, siguió dictando el maestro silabeando cada palabra como si un metrónomo le marcara el ritmo, “enojado por tamaña desobediencia, le pegó”.
Ya en el patio, un corro de niñas y niños discutían sobre si enojado era con o sin hache. Pasó entonces que uno de ellos le levantó la mano a la chica que argumentaba que era sin hache. Aunque no acertara en gramática, hay que decir que el muchacho bien había aprendido la lección.
Una lección que da miedo. Pues es el miedo de perder el privilegio de ser el que pega el que lleva a pegar tantas veces como sea necesario, en una espiral de violencia infinita.
“Aprender a violar y a violentar, la humanidad lo aprendió sobre el cuerpo de las mujeres” Julieta Paredes
Aprendizajes del libro de Amparo Sánchez, “La niña y el lobo” y del documental “Mujeres del Sur y del Norte. Violencias y resistencias compartidas“ de la asociación Perifèries.
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