Una nueva era. Federico Mayor Zaragoza

noviembre 18, 2020

Los empleos son trabajos que proporciona una empresa. El trabajo –de los autónomos, de las pequeñas asociaciones y cooperativas, del inicio de muchas pymes- lo “busca”, halla, descubre o inventa uno mismo.

Hace 25 años las industrias, ya automatizadas en buena medida, tenían operarios que “vigilaban” cada cuatro o cinco máquinas. Hoy tienen robots. A los robots, también hace poco, los supervisaba una persona. Hoy lo hace un código de barras. La “mano de obra” es cada vez menor y reducida a actividades que, aún ya muy mecanizadas, requieren el concurso humano (destrezas y talento).

Hemos pasado en pocas décadas de un contexto rural a un contexto urbano, a un contexto digital. ¿Cómo pasar de una economía de especulación, deslocalización productiva y guerra a una economía basada en el conocimiento, para procurar un desarrollo global sostenible y humano?

Hasta hace muy poco los seres humanos eran invisibles, anónimos, obedientes, sumisos, silentes. Se hallaban confinados intelectual y territorialmente en espacios muy limitados. Hoy ya no son, progresivamente, espectadores sino actores, súbditos sino ciudadanos plenos y educados que -según la insuperable definición de la UNESCO- significa ser “libres y responsables”. Pueden saber, además, inglés o química, pero esto es capacitación adicional, no educación.

Insisto en cuanto antecede porque es imprescindible, cuando nos referimos al empleo y al trabajo, saber bien que estamos ante una nueva situación, unas nuevas generaciones que requieren, conceptual y prácticamente, nuevos enfoques. Estamos iniciando una nueva era y se pretenden aplicar las mismas pautas que en el pasado.

Estos seres humanos ya pueden participar, ya pueden expresarse, ya pueden conocer lo que acaece en su entorno, cómo vive su prójimo, próximo o lejano. Ya pueden comparar, apreciar lo que tienen y apercibirse las precariedades ajenas. Pueden anticiparse, pueden prevenir…

Estos seres humanos “activos” ya no son mayoritariamente hombres. La igualdad de género –piedra angular del “nuevo comienzo” que vivimos- está avanzando de forma prodigiosa y no mimética.

El mundo en el que hoy vivimos y al que debemos, por tanto, tener en cuenta, está siendo sucesivamente des-velado, habiendo adquirido buena parte de los seres humanos una conciencia global, una ciudadanía mundial. El número de mujeres que influyen con las facultades que les son inherentes en la toma de decisiones aumenta sin cesar. Los medios digitales, bien utilizados, permiten, además de una participación democrática insólita, alcanzar la ciudadanía plena, es decir, llevar a efecto la transición esencial de súbditos a ciudadanos.

El tiempo del temor y del silencio ha concluido. Ahora todos pueden reclamar la igual dignidad y el bienestar, que sigue siendo privilegio de unos cuantos. Ya puede llevarse a cabo la transición de la fuerza a la palabra, la gran inflexión histórica.

Ahora ya pueden todos, en un gran clamor en el ciberespacio, exigir la desaparición de desigualdades lacerantes, contrarrestar las arbitrariedades del “gran dominio” (militar, energético, financiero y mediático…). Ahora ya pueden recoger millones de firmas en favor de la transición de una cultura de imposición, dominio y violencia a una cultura de encuentro, conciliación, alianza y paz.

Ahora ya es posible, alzar la voz, contribuir a una democracia –el único contexto en que los derechos humanos se ejercen plenamente- a escala mundial. Una democracia que se inspire en la imaginación juvenil y la experiencia propia de la longevidad, gran logro inexplorado del progreso de la ciencia.

Sí, grandes clamores, presenciales y digitales, para que los mercados se subordinen a la justicia social y no vuelvan a producirse nunca más vergüenzas como la de haber designado gobiernos sin urnas en la misma cuna de la democracia. Para que, superando el cortoplacismo y la obcecación de intereses inmediatos, la humanidad cumpla con su supremo compromiso intergeneracional, y se ocupe de la habitabilidad de la Tierra, del medio ambiente, de la calidad de vida para todos.

Poder ciudadano, voz y grito en favor del 80% de la humanidad que nunca ha podido hallar albergue en el barrio próspero de la aldea global. “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto construir la paz para evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”… y el horror del planeta Tierra desvencijado… Reaccionemos. Los grandes desafíos para el por-venir que está por-hacer son la igual dignidad -¡compartir!- y el medio ambiente.

“Nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va”, dice un refrán marinero que me gusta repetir. ¿A dónde vamos? ¿En qué direcciones se va a paliar el paro?

En nuestro caso, debería formularse un “plan España” que permitiera convertirnos, en muy pocos años, en la “California de Europa” e incrementar el número de visitantes en atenciones y servicios personalizados; aumentar el número de segundas residencias propias en un país que consta de una península y dos archipiélagos; unos servicios de salud que faciliten esta gran afluencia y, como sucede en California, convertirnos en un espacio privilegiado de I+D+i, lo que facilitaría, así mismo, una oportuna “relocalización industrial”.

Ya estaba muy claro, antes de la pandemia del coronavirus, que era necesario cambiar de prioridades y favorecer transformaciones sustanciales en las tendencias que, de alguna manera, nos estaban llevando a puntos de no retorno. La pandemia no ha hecho más que evidenciar aún más la necesidad de cambios radicales en la gobernanza mundial para evitar amenazas globales e irreversibles sobre la propia habitabilidad de la Tierra, procurando a todos sus habitantes, y no sólo a unos cuantos, las condiciones para una vida digna.

Ahora, después de haber vivido un confinamiento a escala planetaria totalmente inesperado hace unos meses, es imperativo reflexionar y tomar las decisiones a escala colectiva, pero sobre todo personal, que permitan reconducir tan grave situación antes de que sea demasiado tarde. Es imprescindible, a este respecto, situar todo lo relativo a la “inteligencia artificial” en su sitio. Siempre debe prevalecer el ser humano sobre la máquina, lo natural sobre lo artificial.

Para hacer posible cuanto antes este plan, la comunidad académica, científica, artística, creadora, en suma, debería tener un papel crucial ya que, hasta el momento, las decisiones de parlamentos y gobiernos se adoptan más en virtud de las opiniones de los “lobistas” que del conocimiento. Y así van las cosas.

Una nueva era. “Un nuevo comienzo”, como preconiza la “Carta de la Tierra”. Y actuemos.


Menos bombas, más bomberos. Federico Mayor Zaragoza

septiembre 11, 2020

 Ahora sí que ya es patente y bien reconocido, gracias al COVID-19, que con la exclusiva atención neoliberal al PIB, es decir, al crecimiento económico y no al desarrollo humano, carecemos de los medios personales, técnicos y financieros para hacer frente a pandemias, a los incendios y otras catástrofes naturales, a la pobreza extrema… y, sin embargo, destinamos ingentes cantidades a los gastos militares y de producción y almacenamiento de armas, siguiendo impertérritos el perverso proverbio, aplicado desde el origen de los tiempos, de “si quieres la paz, prepara la guerra”. Arsenales repletos de bombas y cuarteles de soldados, al tiempo que el fuego devora bosques y más bosques, contando siempre con pocos bomberos y escasos efectivos técnicos para prever y combatir las llamas con eficacia.

Múltiples anacrónicos desfiles y misiones a Marte y la Luna –con excursiones espaciales para super millonarios incluidas- cuando disminuyen las “misiones a la Tierra” y la insolidaridad, inmigrantes y refugiados clama al cielo. No me canso de repetir  que es éticamente intolerable que cada día mueran de hambre miles de personas, la mayoría niñas y niños de una a cinco años de edad, cuando se invierten en defensa más de 4000 millones de dólares.

La COVID ha proporcionado la oportunidad de reflexionar, de tomar conciencia de muchas cosas que en la “vida normal” se aceptan como insoslayables, y la mayoría de los ciudadanos no son actores sino espectadores de lo que acontece, aturdidos y abducidos por unos medios de comunicación que, por lo general, procuran que la ciudadanía siga las directrices de la publicidad para un consumo y un “bienestar” diseñado en las más altas instancias del poder económico.

Llevamos años rechazando muy sensatas propuestas para reconducir tendencias que han ido imponiendo una gobernanza plutocrática y un dominio hegemónico absoluto, originando una situación bipolar con omnipotentes y omnipresentes gigantes (empresas digitales, en particular) en un extremo y, en el otro, los marginados, cuyo número y amplitud de brecha social se agiganta progresivamente. Pero ahora los cambios radicales tantas veces evitados son inaplazablesporque, por primera vez en la historia, la humanidad se afrenta a procesos potencialmente irreversibles –como la fusión del océano glaciar Ártico- de tal forma que pueden alcanzarse en pocos años puntos de no retorno en la propia habitabilidad de la Tierra.

Ya en 1947, la UNESCO creó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y una serie de programas internacionales (geológico, hidrológico, oceanográfico) para dar consistencia a las medidas científicamente correctas que pudieran encauzar debidamente estos fenómenos. Su gran programa “El Hombre y la Biosfera” fue acompañado al poco tiempo, en 1972, por la primera publicación de Aurelio Peccei, en el Club de Roma, titulado “Los límites del crecimiento”. En 1979, la Academia de Ciencias de los Estados Unidos advirtió de que no sólo las emisiones de anhídrido carbónico se incrementaban sino que disminuía la capacidad de recaptura de las mismas por las aguas oceánicas (deterioro del fitoplancton). Esta clara advertencia no sólo no fue tomada en cuenta sino que grandes compañías petrolíferas -Exxon Mobile- crearon fundaciones rápidamente apoyadas por los países del Golfo, para difundir aviesamente pautas contrarias.

En el año 1992 se celebró en Río de Janeiro la Cumbre de la Tierra, auspiciada por las Naciones Unidas bajo la inteligente y entusiasta dirección de Maurice Strong. La Agenda de la Tierra -sabiamente reflejada en la excelente “Carta de la Tierra”,  presentada en los albores de siglo y de milenio como gran referencia de la misma- fue progresivamente marginada, al igual que lo fueron los Objetivos de Desarrollo  del Milenio para los años 2000 a 2015 por quienes habían confiado la gobernanza a escala mundial a grupos oligárquicos y plutocráticos. Primero el G6, a finales de la década de los 80. Después el G7, el G8… y el G20 en el 2008 con motivo de la crisis financiera… Siempre el Partido Republicano de los Estados Unidos rechazando el multilateralismo democrático y favoreciendo su poder, incluido el armamento nuclear. Durante la “guerra fría”, la carrera de fuerza a escala mundial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, permitió  “justificar” la amenaza nuclear a nivel global y la posesión de los más destructores artificios bélicos. Sin embargo –tuve ocasión de vivir de cerca la reunión en octubre de 1986 entre el Presidente Reagan y el Presidente Gorbachev en Reikiavik-  la inesperada e histórica conversión de la URSS en una Comunidad de Estados Independientes, no disipó los recelos norteamericanos y no pudo culminarse la eliminación de las armas nucleares y el funcionamiento eficaz de un multilateralismo democrático, más necesario que nunca.

Gracias al Presidente Barack Obama, no sólo pudieron atenuarse tensiones a escala mundial como las relaciones con el islam, etc. sino que en el año 2015 se logró la firma por los Estados Unidos de Norteamérica de los Acuerdos de París  sobre Cambio Climático y de la Resolución de las Naciones Unidas “para transformar el mundo” mediante la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Fue una pausa de esperanza… que desapareció rápidamente cuando, muy poco después de ser nombrado Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump advirtió sin ambages que no iba a aplicar ni los Acuerdos de París ni los ODS, al tiempo que imprimía  a una economía neoliberal de especulación, deslocalización productiva y guerra mayor ímpetu que en el pasado, dejando sin efecto la excelente propuesta de Lisboa del año 2000 para una economía basada en el conocimiento para un desarrollo sostenible y humano.

El confinamiento a que ha obligado hacer frente a la pandemia del COVID-19 puede, ¡ya era hora!, reconducir el rumbo político a escala mundial, respondiendo a la convicción de muchísimos ciudadanos de que, ahora sí, es posible inventar un futuro distinto antes de que se llegue a puntos de no retorno, antes de que se consoliden los peligrosísimos brotes supremacistas, dogmáticos, fanáticos, que están surgiendo en tantas partes del mundo, olvidando las trágicas consecuencias que tuvieron dichos comportamientos en la germinación de la segunda guerra mundial.

Ahora sí, por fin, capaces de expresarse libremente, de saber lo que acontece, de actuar en un plano de total igualdad sin discriminación alguna por razón de género, de sensibilidad sexual, etnia, religión, ideología… serán “Nosotros, los pueblos”, como tan lúcidamente (como prematuramente en aquel momento) se inicia La Carta de las Naciones Unidas, quienes se decidan a participar, a ser co-responsables de la gobernanza global.

Comprendo el desánimo de muchos que, viendo el pronto olvido de las acciones que podrían producir los cambios más apremiantes  se sometan  ahora inadvertidamente “al ritmo oscuro de tanta sangre cansada”, en certera expresión del poeta Miquel Martí i Pol (1974).

Sólo un multilateralismo democrático eficaz puede, con una ciudanía mundial que ha tenido ocasión de pensar en profundidad en ella y en las próximas generaciones durante la pandemia, lograr actuando resueltamente todos unidos, la eliminación de los paraísos fiscales, de los distintos y aborrecibles tráficos, de los comportamientos que no se hallan a la altura de la dignidad humana.

Todo ello es propio de un nuevo concepto de seguridad que no sólo atienda a los territorios y fronteras, sino a los ciudadanos que los habitan, procurando a todos las seis prioridades de las Naciones Unidas: alimentación, agua, servicios de salud, cuidado del medio ambiente, educación para todos a lo largo de toda la vida y paz.

Debemos entrar en una nueva era. Esta nueva era debe erigirse sobre unos pilares totalmente distintos. No con más bombas. Sino con muchos más bomberos, con personas preparadas para abordar las distintas facetas del mundo nuevo que anhelamos, sabiendo bien que, por fin, corresponde a cada uno forjar los años venideros.


A Monseñor Pere Casaldáliga, con inmensa gratitud

agosto 11, 2020
Estos versos de Dom Pedro reflejan perfectamente su personalidad, su corazón, sus brazos y ojos abiertos a los demás. Federico Mayor Zaragoza

“Hablemos del Tiempo, hermanos, antes de que sea ido lo que pudo ser humano. Antes de que sea en vano llorar un día perdido, un surco sin nuestro grano, un canto sin nuestro oído, un remo sin nuestra mano”…


El Obispo Pere Casaldáliga, misionero referente de “la iglesia del Evangelio y las sandalias”, teólogo de la liberación y poeta de la solidaridad, representa la cristiandad genuina, la que respeta la igual dignidad de todos los seres humanos, la de las manos tendidas, la de la austeridad extrema. Casaldáliga simboliza la frugalidad, la sencillez perseverante, la solidaridad, la entrega, el desprendimiento. Con sus versos y sus escritos y, sobre todo, con su ejemplo, ha iluminado tantos caminos!…
Pere Casaldáliga nos enseña que la pobreza material de muchos es el resultado de la pobreza espiritual de unos cuantos encumbrados, que no quieren observar lo que sucede más allá de su entorno. Esto me lleva a recordar Federico García Lorca cuando en 1936 escribía: «El día en que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad». La vida del Obispo Casaldáliga ha estado dirigida precisamente a contribuir a que desaparezca el hambre, se restañen las heridas y se reduzca la intolerable brecha social con la inmarcesible fórmula de “amarás al prójimo como a ti mismo”…  «No hay caminos para la paz, la paz es el camino», nos recordó el Mahatma Gandhi. Un camino guiado por principios y valores. Por la justicia en primer lugar. Por la libertad y la responsabilidad. La paz es, a la vez, condición y resultado, semilla y fruto. Es necesario identificar las causas de los conflictos para poder prevenirlos. Evitar es la mayor victoria.
En el Manifiesto 2000 -Año Internacional para una Cultura de Paz- suscrito por más de 110 millones de personas de todo el mundo, se establece «el compromiso, en mi vida cotidiana, en mi familia, en mi trabajo, en mi comunidad, en mi país, en mi región, de respetar todas las vidas; rechazar la violencia; liberar mi generosidad; escuchar para comprenderse; preservar el planeta; y reinventar la solidaridad». De esto se trata, de involucrarnos, de implicarnos personalmente en este proceso que puede conducir, en pocos años, a esclarecer los horizontes hoy tan sombríos y permitir la convivencia pacífica de todos los habitantes de la tierra. El Obispo claretiano Pere Casaldáliga es, en nuestra hoja de ruta cotidiana, componente crucial de la implicación personal para compartir, compadecer, convivir… para contribuir a ese otro mundo posible que anhelamos.
Ha llegado el momento de llevar a cabo los cambios radicales que merece la nueva era en los albores de siglo y de milenio. La mujer ya figura progresivamente en el estrado. Es tiempo de acción. Disponemos de muchos diagnósticos pero de pocos tratamientos a tiempo. El legado intergeneracional que asegure una vida digna a todos los seres humanos exige transformaciones sin demora.

Pere Casaldáliga nació en Balsareny, en 1928.  Fue ordenado sacerdote en 1952 y en 1968 se desplazó a Brasil, su patria de adopción, para desarrollar una intensísima labor de reconocimiento, ayuda y orientación a las comunidades indígenas. ¡Sí: todos los seres humanos iguales en dignidad! Años más tarde fue nombrado Obispo de la Prelatura de Sao Félix de Araguaio, en el Mato Grosso. Fundó el Consejo Indigenista Misionero y la Comisión Pastoral de la Tierra…  Cuarenta años de lucha en favor de la gente, contra la dictadura y el sometimiento. Se jubiló en el año 2008, pero ha seguido siempre en su puesto de vigía, de referente para nuevos rumbos y naves…
En la “Misa de los Quilombos, el pueblo negro grita libertad”, uniendo su voz a la de Pedro Tierra y Milton Nacimento, con la colaboración de José María Castillo, Cyprian Melibi y Eduardo Lallana… establece lúcida y audazmente diseños de  un porvenir común, sin discriminación alguna.
Fue en 1502 cuando llegaron a Brasil y otros países americanos los primeros esclavos procedentes de África…  Sus principales actividades eran la minería, la caña de azúcar, el café…   Desde esta fecha hasta finales del siglo XIX sesenta millones de africanos fueron comprados por los traficantes.  En la década de los 90, como Director General de la UNESCO, puse en marcha el Programa “La Ruta de los Esclavos” para poner de manifiesto y conferir todo su valor a este atroz hecho histórico. Los que lograban liberarse y huir de la esclavitud se refugiaban en territorios libres: son los llamados “kilombos” (Brasil) o “palenques” en Chile, Perú, Colombia…  “Kilombo” significa “casa”.
“Una nueva aurora que viene a despertar a la iglesia de Jesucristo…  En el pasado no ha sido solidaria con la causa de los esclavos”, exclamó D. José María Pires, Arzobispo de Joao Pessoa, de raza negra, en Recife en el mes de noviembre de 1981. Eduardo Lallana ha comentado que Dom Pedro “se encontró en su Prelazia con tres grandes problemas: la lucha por la tierra, el pueblo negro esclavizado y los indígenas degradados y marginalizados”.  Por este motivo compuso la Misa de la
Tierra sin Males para “conmemorar los millones de mártires que en nombre de la civilización occidental cristiana, en nombre de la Cruz se hicieron a los pueblos indígenas”…
Ambas misas, dos obras maestras de Teología y Poesía de la Liberación, son símbolos del quehacer pastoral de Dom Pedro y de su compromiso social y político. Dom Pedro Helder Camara alentó desde el primer momento estas acciones y Pedro Tierra, poeta  y militante brasileño fue su inspirado escritor. “Para escándalo de muchos fariseos y alivio de muchos arrepentidos… cantamos el remordimiento y la esperanza”. 
Ante la reprimenda vaticana, Dom Pedro matizaba que “quien celebra la muerte del Señor ya reivindica toda Vida.  Quien celebra su resurrección reivindica la Liberación plena de las personas y de los pueblos”. En 1992, la prohibición fue levantada…
De este modo, progresivamente unidos por un Dios sin color de piel, sin pertenencias por razón de historia o de costumbres todos se sentirán parte del mundo en su conjunto.  Como tan brillantemente expresó  Rigoberta Menchú al pueblo maya, llegará un día en que “se levantará en lo más alto del cielo azul/ la voz de los que nunca hablaron”.
La esplendida trayectoria humana de Dom Pere Casaldáliga me indujo a terminar la Introducción a mi libro “Recuerdos para el Porvenir” (2017) con unos versos suyos:
“Al final del camino me dirán:“¿Has vivido? ¿Has amado?”.Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”.
¡Ha hecho tanto bien!  ¡Son tantos los nombres que figuran en su corazón!Podemos tener la seguridad de que su estela seguirá iluminando los caminos del mañana.  No le olvidaremos. Somos muchísimos los que le retendremos en nuestro iris y nuestra mente, para seguir «conspirando» en procurar aliviar y evitar el sufrimiento, para plantar semillas de amor en las tierras áridas de la desafección y del olvido, para alumbrar sonrisas en horizontes tan sombríos.

Federico Mayor Zaragoza Presidente de la Fundación Cultura de Paz. Director General de la UNESCO (1987-1999)

Una nueva era, una nueva forma de vivir. Federico Mayor Zaragoza

mayo 14, 2020

Ya estaba muy claro, antes de la pandemia del coronavirus, que eran necesarios cambios radicales en la gobernanza mundial para evitar amenazas globales e irreversibles sobre la propia habitabilidad de la Tierra, procurando a todos sus habitantes y no sólo a unos cuantos, las condiciones para una vida digna.
Ahora, después de haber vivido un confinamiento a escala planetaria totalmente inesperado hace tres meses, es imperativo reflexionar y tomar las decisiones a escala colectiva pero, sobre todo personal, que permitan reconducir tan grave situación antes de que sea demasiado tarde.
En febrero de 2012, publicaba en “Reacciona”, un libro de diversos autores coordinados por Rosa María Artal, lo siguiente: “Es tiempo de acción… No se trata de hacer frente a una crisis económica sino sistémica. No de una época de cambios sino de un cambio de época. En los últimos estertores del neoliberalismo, los más recalcitrantes representantes del “gran dominio” intentan convencernos de que volverán a lograr el “estado de bienestar”: el consumo, el empleo, los horizontes sociales… Todo ello, bien entendido, aplicable únicamente al 20% de la humanidad, ya que el resto seguiría como hasta ahora, sumido en un gradiente de precariedades progresivas”…
Es innecesario, por tanto, insistir en que ahora, ahora sí, los ciudadanos del mundo ya no vamos a consentir que se repita el agravio histórico que representa para las generaciones venideras dejar irresponsablemente  que se alcancen puntos de no retorno.
He aquí, resumidas en la medida de lo posible, las fases que pueden conducir a una nueva era en la que los horizontes actuales se hayan esclarecido:
1.     Toma de conciencia:
–         De la globalidad de las amenazas:
o   Irreversible deterioro ecológico.
o   Pandemias.
o   Extrema pobreza.
–         Respuestas globales:
o   Sólo pueden darlas, como tan lúcida y prematuramente se inicia la Carta de las Naciones Unidas, “los pueblos”, todos los seres humanos convertidos en actores del cambio y nunca más espectadores impasibles de lo que acontece.
Por primera vez en la historia, todos iguales en dignidad, sin    discriminación alguna por razones de género, etnia, ideología, creencias…; y capaces de expresarse libremente. Por fin, “los pueblos” tienen voz y, unidos, pueden tomar en sus manos las riendas del destino común. Después del fracaso rotundo de los grupos plutocráticos (G6, G7, G8, G20) está claro que sólo un multilateralismo democrático puede encauzar la voluntad popular a nivel mundial.
2.     Cambios apremiantes:
–         Transición de una cultura de imposición, dominio, violencia y guerra a una cultura de encuentro, diálogo, mediación, conciliación, alianza y paz. De la fuerza a la palabra. (Declaración y Plan de Acción sobre una Cultura de Paz, Asamblea General de las Naciones Unidas, septiembre 1999).
–         Transición de una economía basada en la especulación, deslocalización productiva y guerra -cada día mueren de hambre millares de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad, al tiempo que se invierten en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares- en una economía basada en el conocimiento, en la cooperación y no en la explotación, para la eficaz puesta en práctica de la Agenda 2030 (Objetivos de Desarrollo Sostenible, Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas de noviembre de 2015 “para transformar el mundo” ) y los Acuerdos de París sobre Cambio Climático.
Para ello es impostergable reducir los gastos de defensa y aplicar los medios necesarios para la diligente aplicación en todo el planeta de un nuevo concepto de seguridad con las seis prioridades establecidas por las Naciones Unidas:
alimentación
agua potable
servicios de salud de calidad
cuidado del medio ambiente
educación a lo largo de toda la vida
paz
3.     Todo ello implica otra forma de vivir. Un estilo de vida que permita llevar a cabo el fundamento general de todos los derechos humanos: la igual dignidad. La actual brecha social y el olvido permanente de los que viven en condiciones de extrema pobreza deben superarse, teniendo siempre la mirada puesta en el conjunto de la humanidad. Ahora mismo, al conocer los datos de los efectos del COVID-19, debemos pensar en los que sufren cada día las consecuencias de patologías consideradas por la sociedad saciada como “irremediables” -desnutrición severa, carencia de servicios higiénicos, enfermedades crónicas como el paludismo, el ébola, el dengue… pero, sobre todo, de las guerras (en la guerra de Siria van más de 380.000 muertos, y en la invasión de Irak, basada en la simulación y la mentira, con miles de víctimas o las de la terrible “operación Cóndor” desplegada por los Estados Unidos en América Latina en los años 70).
4.     La solución, el multilateralismo democrático dotado de recursos personales, financieros, técnicos y de defensa necesarios. Unas Naciones Unidas actualizadas con una Asamblea General en la que el 50% de los miembros representaran a Estados y otro 50% representaran a la sociedad civil, en la que hubiera voto ponderado pero no veto y en la que al Consejo de Seguridad se añadieran un Consejo Socioeconómico y otro Medioambiental o Ecológico, permitirían, por fin, poner término a las hegemonías que han permitido hasta ahora la aplicación del perverso proverbio de “si quieres la paz, prepara la guerra” y resolver los conflictos, que siempre existirán, a través de la diplomacia y la mediación.
La intervención de un multilateralismo eficiente permitiría no sólo “evitar el horror de la guerra a las generaciones venideras”, sino impedir la extraordinaria influencia de grandes consorcios internacionales, la explotación de los países ricos en recursos  como el litio, el coltán, el cobre, extensiones para el cultivo de soja, carburantes… y, así mismo, pondría fin al narcotráfico que hoy sigue extendiendo su poderío de manera indiscriminada.
5.     La nueva erase caracterizaría por el funcionamiento democrático a todos los niveles -¡es incomprensible que la Unión Europea conceda, de hecho, el veto a todos sus integrantes, ya que los acuerdos deben adoptarse por unanimidad!- y permitiría eliminar la corrupción y los paraísos fiscales, atendiendo el asesoramiento de las comunidades educadora, científica, artística… que hasta ahora han sido desoídas, lo que ha resultado en la gravísima situación presente. En efecto, sólo en términos de ecología, la UNESCO ya alertó en los años 70 de la necesidad de limitar las emisiones de gases con efecto invernadero… y lo hizo el Club de Roma en 1972 con su Informe “Los límites del crecimiento”… y la Academia de Ciencias de los Estados Unidos… sin que se obtuviera nunca la respuesta adecuada.
Hace tan sólo tres años, cuando se había logrado la Agenda 2030 y la regulación del calentamiento global, gracias en buena medida al Presidente Barack Obama -¡hasta el Papa Francisco hizo pública una Encíclica Ecológica!-  el Presidente Trump no sólo requirió y ¡obtuvo! más fondos para defensa sino que advirtió que no pondría en práctica los ODS. Frente a esta intolerable actitud, no hubo reacción alguna. ¿Se necesitan más pruebas para que los ciudadanos del mundo, de una vez, tomen las riendas del destino común?
En el artículo que citaba al principio terminaba así. “Ha llegado el momento de replantear el sistema, no de aceptarlo o de adaptarlo. Así se inicia la “Carta de la Tierra”. Nos hallamos en un momento crítico de la historia, un momento en el cual la sociedad ha de elegir su futuro… Hemos de unirnos para crear una sociedad global sostenible basada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y la cultura de paz”…
En la nueva era, será el multilateralismo, será la democracia vivida por cada ciudadano, será la responsabilidad colectiva, la que permitirá que las generaciones venideras no repitan la terrible frase de Albert Camus, que cito con frecuencia: “Les desprecio porque pudiendo tanto se atrevieron a tan poco”.

“Carta al G20”: ¿más de lo mismo?, no . Federico Mayor Zaragoza

abril 13, 2020
Está claro que el G20, establecido en 2008 para aminorar el escándalo autárquico del G6, G7 y G8, ha fracasado estrepitosamente, ampliando la brecha social y desatendiendo a los más vulnerables.  Estamos en una nueva era, frente a procesos potencialmente irreversibles como el cambio climático, y es necesario ahora inventar con sabiduría y firmeza nuevas medidas a escala global.
La pandemia por el coronavirus ha vuelto a poner de manifiesto las deficiencias y falta de medios que pudieron, si no evitar, hacer que las consecuencias fueran de menor impacto y causaran no sólo menos daños materiales sino, sobre todo, menos pérdidas humanas….
Ante la actual crisis del coronavirus -COVID-19- que estamos viviendo no se puede tolerar por más tiempo una economía basada en la especulación, deslocalización productiva y guerra sino una economía basada en el conocimiento para un desarrollo global sostenible, que permita una vida digna a toda la humanidad y no excluya, como sucede ahora, al 80% de la misma.
Cuando nos apercibimos de la dramática diferencia entre los medios dedicados a potenciales enfrentamientos y los disponibles para hacer frente a recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis,…) o sanitarias como la actual pandemia, constatamos, con espanto, que el concepto de «seguridad» que siguen promoviendo los grandes productores de armamento es no sólo anacrónico sino altamente perjudicial para la humanidad en su conjunto, y que se precisa, sin demora, la adopción de un nuevo concepto de «seguridad», bajo la vigilancia atenta e implicación directa de las Naciones Unidas.
La salud es lo más importante, y debe tratarse siempre, en sus aspectos curativos y preventivos, con absoluta profesionalidad, dejando a un lado cualquier otra consideración. Porque la salud es un derecho de todos. En medicina se han realizado grandes avances pero se ha compartido poco. El gran reto es compartir y extender.
Progresivamente, las epidemias, que siempre han existido y existirán, pasarán a ser graves pandemias porque el “trasiego humano” no cesará de aumentar.  Hasta hace unas décadas la difusión era muy escasa porque la gran mayoría de la humanidad se hallaba confinada en espacios reducidos y la posibilidad de transmisión al exterior de los mismos era infrecuente.
Se nos presentan a diario imágenes de las acciones admirables que está llevando a cabo el personal sanitario para atender con gran profesionalidad y humanidad atodos los enfermos del coronavirus, a pesar de los menguados recursos con que cuentan por el afán desmedido de los últimos años de debilitar al Estado (así “mueren” las democracias actuales…). Ponderamos y aplaudimos el impagable trabajo que siguen desempeñando todos aquellos que colaboran en los sectores esenciales (nutrición, transporte, distribución, regulación de la conducta ciudadana, limpieza, desinfección…), así como la actividad de los efectivos militares y de las fuerzas de seguridad en situaciones de emergencia.  Es en estas circunstancias cuando se ponen de manifiesto -y no debe olvidarse, una vez más-  los efectos de los recortes en la capacidad investigadora, la reducción  del tejido industrial y de los distintos y tan relevantes sectores de la sanidad pública que, de ahora en adelante, deberán siempre encontrarse preparados para contingencias de esta naturaleza y gravedad.
En la “Carta al G20”, que acaba de ser firmada por “líderes mundiales para dar una respuesta global a la crisis del coronavirus”, se proponen las mismas medidas que se adoptaron frente a la crisis financiera del año 2008, que han conducido a la situación presente habiendo demostrado que los mercados no resuelven los desafíos globales. Frente a amenazas de ámbito mundial se requiere una reacción proporcional de “Nosotros, los pueblos”. No es la plutocracia -que representa en realidad la fuerza de un solo país- sino el multilateralismo democrático el que puede estar a la altura de las circunstancias. ¿Por qué 20 países deben tener las riendas del destino común cuando en estos momentos hay en el mundo 196 países? No es el “gran dominio” (financiero, militar, energético, mediático) el que va a solucionar los problemas sino la voz y manos unidas de todos los pueblos. La Carta debería ser dirigida a las Naciones Unidas, para dar un renovado vigor al multilateralismo y no a su principal oponente.
Ha llegado el  momento –que la  irreversibilidad potencial hace apremiante- de reducir las sombrías tendencias actuales propias de la deriva neoliberal, que ha desoído los llamamientos de la comunidad científica para la oportuna adopción de medidas contra el cambio climático y la puesta en práctica sin dilación de los ODS ( Objetivos de Desarrollo Sostenible, Agenda 2030) adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en noviembre de 2015 “para transformar el mundo”.
La ciencia debe ayudar al ciudadano para que no quede a merced de unos grandes consorcios internacionales y de unos pocos gobiernos. Es, preciso, verificar bien las informaciones tan rápidamente asequibles en la actualidad, para que, en breve plazo, sean los conocimientos y no los intereses los que orienten la brújula del mañana.
La sabiduría se halla hoy en favorecer la evolución de la gobernanza de tal modo que no sea necesaria la revolución. Volver a soluciones periclitadas y parciales sería dar la razón a la excelente viñeta publicada por El Roto en el periódico “El País” el día 5 de abril: “Cuando todo esto pase nada volverá a ser igual… ¡menos lo de siempre, claro!”.
El progreso que ha alcanzado la medicina en los últimos años –vacunas,  antibióticos, prácticas quirúrgicas, conocimiento profundo de la fisiopatología, de los reguladores moleculares, de los mecanismos de expresión genética y de los condicionamientos epigenéticos, de la señalización celular, del diagnóstico enzimático y la introspección física…– ha logrado mejorar la calidad de vida y la longevidad de la población. Se han realizado grandes avances, pero no han sabido aportarse los medios de su aplicación a todos los seres humanos, iguales en dignidad.
El gran reto ahora es compartir y extender el progreso. Hasta hace unas décadas, no sabíamos cómo vivían la mayoría de los moradores del planeta. Ahora lo sabemos y, por tanto, si no contribuimos a facilitar el acceso de todos a niveles razonables de bienes y servicios nos convertimos en cómplices.
La atención debe ser integral y dirigida a toda la población. El tiempo de la pasividad y del temor ha concluido, y hay que decir alto y firme que la sociedad no transigirá en cuestiones de las que depende, con frecuencia, la propia existencia.
El por-venir está todavía por-hacer. Y la democracia está en peligro.  El futuro que anhelamos emergerá de la conciencia global, de la ciudadanía mundial, con una equidad progresiva, capaz por fin de expresarse y dejar de ser invisible, silenciosa, sumisa. Por fin, la ciudadanía podrá, presencialmente y en el ciberespacio, manifestarse sin cortapisas.  Por fin, la fuerza de la razón en lugar de la razón de la fuerza. Por fin, todos y no unos cuantos. Por fin, la implicación ciudadana. Por fin, la palabra esclareciendo los hoy sombríos caminos del mañana.
 

Ricardo Díez Hochleitner, vigía de nuevos tiempos, Federico Mayor Zaragoza

abril 10, 2020

 

“¡Con cuánto trabajo deja la luz a Granada!”, escribió Federico García Lorca. ¡Con cuánto trabajo, en todas las acepciones, ha dejado Ricardo Díez Hochleitner la vida! Una vida especialmente densa y polifacética, que ha discurrido sobre dos ejes principales: la educación y la prospectiva.

Nació en Bilbao en 1928. Licenciado en Ciencias Químicas en 1950 (Universidad de Salamanca). Realizó estudios de postgrado en Ingeniería Química. Doctor en la Universidad Técnica de Karlsruhe (Alemania).  De 1952 a 1955 fue Profesor de la Universidad de Colombia, donde ejerció también como Colaborador Técnico de Educación Industrial en el Ministerio de Educación. Después regresó a España en calidad de Inspector General de Formación Profesional e Industrial, y dirigió la División de Enseñanzas Técnicas de la OEI (Organización de Educación Iberoamericana). Durante poco más de un año (junio de 1956 a julio de 1957) fue Coordinador General del Ministerio de Educación Nacional de Colombia. La extraordinaria experiencia adquirida durante aquellos años le permitió desempeñar el cargo de Asesor Principal de Planteamiento Educativo de la OEA (Organización de Estados Americanos), en Washington y, acto seguido, de 1958 a 1962, colaboró con la UNESCO como especialista de Planificación y Administración de la Educación. Fue el primer Director del Departamento de Inversiones del Banco Mundial y, a continuación, Director del Departamento de Planificación y Financiación de la Educación de la UNESCO, hasta 1967.
Es en este momento cuando el Ministro José Luis Villar Palasí le incorpora al Ministerio de Educación y Ciencia de España como Secretario General Técnico al principio, y como Subsecretario después (1969-1973). Fue en 1968, siendo Rector de la Universidad de Granada, cuando le conocí e iniciamos una intensísima colaboración. En poco tiempo, el Ministerio creó las tres Universidades Autónomas (Barcelona, Bilbao y Madrid) y la UNED, y elaboró el Libro Blanco de la Educación (con la colaboración del gran pedagogo José Blat Gimeno) y la Ley General de Educación de 1970.
Durante el primer encuentro en Granada, visitó el Hospital Real, que se incorporó después a la Universidad Granadina.
Desde 1976, fue Miembro del Club de Roma. Ya conocía desde hacía años a Aurelio Peccei, su fundador. En 1982 fue nombrado Miembro del Consejo Ejecutivo y Vicepresidente en 1988. En el año 2000, se convirtió en Presidente del Club de Roma a escala mundial hasta 2010. A partir de este momento, en calidad de Presidente de Honor, ha seguido inspirando las actividades del Capítulo Español del Club de Roma que, bajo la clarividente dirección de Isidre Fainé y de su Vicepresidente José Manuel Morán, se ha convertido en uno de los más activos y relevantes Centros del Club de Roma de todo el mundo.
¿Cuál es la característica fundamental que recuerdo de Ricardo Díez Hochleitner desde que le conocí en el año 68? Lo que recuerdo como más sobresaliente es la visión global que siempre tuvo. “Saber para prever, prever para prevenir”. Siempre viendo el mundo en su conjunto, porque Ricardo, siendo bilbaíno, era también muy palentino. Le gustaba este “equilibrio” de procedencia. Pero su cualidad principal fue siempre preocuparse de la humanidad sin fronteras ideológicas, étnicas, o geográficas. Tenía el compromiso permanente de desarrollo humano para un planeta sostenible. Para esto no sólo hay que atreverse a saber sino que hay que saber  atreverse, y él fue una persona que no fue sólo receptor sino que supo emitir y movilizar.
Ricardo Díez Hochleitner fue un visionario, vigía de tiempos nuevos que, ahora más que nunca, en la crisis que estamos viviendo por la pandemia del coronavirus, nos damos cuenta de que hay que transformar radicalmente. En 1977 ya decía: “…lo importante es la alimentación, es el reciclaje de los recursos, es el medio ambiente”. Y, en “El mundo ante una difícil transición”, artículo publicado en El País el 3 de noviembre del mismo año,  escribía: “El Club de Roma está al servicio de los problemas planetarios…”. Sabía muy bien que no se trata sólo de diagnósticos sino, sobre todo, de tratamientos a tiempo. Era una exigencia de las responsabilidades intergeneracionales. He querido revisar muy rápidamente alguno de los documentos que conservo y de lo que significó y significa hoy Ricardo Díez Hochleitner, porque realmente era un “hombre-horizonte” -como se refirió a él  tan bellamente, con el dominio que tiene de la lengua, Ángel Gabilondo-  que nos obligaba a seguirlo pero que nunca alcanzábamos… pero, entre tanto, nos había hecho caminar… Todo esto constituye el rastro, el impacto educativo y preventivo de Ricardo Díez Hochleitner, como promotor de muchas iniciativas y proyectos, como el de la Fundación Santillana. Tuve el honor de que aceptara ser miembro, desde su fundación en el año 2000, de la Fundación Cultura de Paz, que pretende la sustitución de la razón de la fuerza por la fuerza de la razón.
 ha sido  para mí, en palabras de la poetisa gaditana Pilar Paz Pasamar, más que un amigo, un “hermamigo”.
Su mujer, su compañera inseparable consciente y esperanzada, sus 7 hijas e hijos tan brillantes y notorios, sus 22 nietos y 9 bisnietos, forman parte esencial de su inmenso legado humano y profesional.  Ricardo Díez Hochleitner supo poner en práctica de forma ejemplar los versos del sabio Athanasius: “¿De qué sirven / el caudal y los ríos de la ciencia / si no aprendemos a amar / y a renunciar a nosotros mismos?”.

A propósito de la crisis del coronavirus: esta vez sí, no vamos a olvidar. Federico Mayor Zaragoza

marzo 28, 2020

“Pronto dejamos de recordar
lo que era inolvidable”.
(Parafraseando a Borges).

Hasta ahora, una vez pasadas las primeras reacciones humanitarias a las tragedias, la humanidad ha olvidado y ha seguido las pautas y el ritmo cotidiano sin tener ya en cuenta las inmensas heridas sin restañar. Un ejemplo todavía reciente es el de Haití. Inmediatamente después del terremoto -el día 14 de enero de 2010- escribí al final del artículo “A vuela pluma: Haití”, lo siguiente: “Los líderes deben saber que la sociedad civil tendrá, por fin, voz, sobre todo en el ciberespacio, y la elevará progresivamente. Que podremos mirar a los ojos de los supervivientes y decirles: el tiempo de la insolidaridad y del olvido, el tiempo del desamor, ha terminado”.
En varias ocasiones después uní mi voz a la de Forges que repetía en sus viñetas “Y no te olvides de Haití”.  “Hace bien en insistir, dije, porque nos recuerda la velocidad con que nos olvidamos del tsunamide diciembre del año 2005; de los terremotos de Perú, de China… y Darfur… y de los acontecimientos que hace tan sólo tres lustros asolaron Haití”.  Allí estuve y escribí: “Se fueron los últimos / soldados / y estalló la paz / en vuestra vida, / sin reporteros / que filmen / cómo se vive y muere cada día… / Ya no moriréis / de bala y fuego. / De  olvido / volveréis a moriros. / Como siempre”.
En un mundo armado hasta los dientes pero incapaz de disponer de la tecnología y el personal capacitado para hacer frente a las catástrofes naturales, mediante una gran acción conjunta coordinada por las Naciones Unidas… todo sigue igual. Debemos movilizarnos contra este curso aparentemente inexorable de los acontecimientos, para que los gobernantes adviertan que ha llegado el momento inaplazable de poner en marcha un desarrollo global sostenible en lugar de la actual economía de especulación y guerra… Desplazando de una vez a los grupos plutocráticos en cuyas manos se han puesto, irresponsablemente, las riendas del destino común.
100.000 edificios destruidos, más de un millón de desplazados, 150.000 enfermos de cólera con más de 3.500 muertos que se añadían a las casi 300.000 víctimas del seísmo. Se pensó, con toda la razón, que no quedarían desoídos sus gritos de ayuda… pero las Naciones Unidas marginadas y gobernado el mundo por los más prósperos y poderosos, pronto quedó muy reducido el apoyo internacional y casi olvidada la gran tragedia sufrida. Las manos que tenían que estar tendidas se hallaban armadas y alzadas. Y la inmensa mayoría distraídos, sin recordar que a todos nos corresponde plantar semillas de amor y de justicia.
Este mismo año de 2020, el 12 de enero, justo a los diez años de la catástrofe, “El País” publicaba un artículo de Jacobo García titulado “Lecciones de Haití”, del que extraigo unos párrafos: “…En pocas horas, el aeropuerto de Puerto Príncipe se quedó pequeño para recibir docenas de aviones con alimentos, tiendas de campaña y bomberos… El Presidente Bill Clinton organizó en Montreal una conferencia de donantes y ONGs de todo el mundo acudieron… Una década después, la hambruna se extiende en un país donde 1.2 millones de habitantes viven en situación de emergencia alimentaria… El 60% de la ayuda financiera y aprobada nunca llegó a Haití». A pesar de los esfuerzos extraordinarios de las Naciones Unidas y de la Cruz Roja la vulnerabilidad de Haití sigue sin aminorarse. Sus “lecciones” no se aplican.
En consecuencia, constituye una auténtica exigencia ética que no suceda lo mismo con las “lecciones del coronavirus”. Es imperativo que los ciudadanos del mundo -frente a amenazas globales no caben distintivos individuales- dejen de ser espectadores abducidos y anonadados para convertirse en actores decididos para que no se olvide, una vez más, lo que debe ser inolvidado: que los índices de bienestar se miden en términos de salud y participación, de calidad de vida y creatividad, y no por el PIB, que refleja exclusivamente crecimiento económico, siempre mal repartido; que es apremiante un nuevo concepto de seguridad que no sólo atienda a la defensa territorial sino a los seres humanos que los habitan, asegurando su alimentación, agua potable, salud, cuidado del medio ambiente, educación; la inmediata eliminación de la gobernanza por los grupos plutocráticos y el establecimiento de un eficiente multilateralismo democrático; la puesta en práctica, resueltamente, de la Agenda 2030 (ODS) y de los Acuerdos de París sobre Cambio Climático, teniendo en cuenta, en particular, los procesos irreversibles.
En plena crisis vírica tengamos en cuenta -para que las lecciones sean realmente aprendidas y aplicadas en todo el mundo- la situación en países que siempre quedan fuera del punto de mira de los “grandes” , como la plaga de langostas que hoy mismo causa estragos en Kenia, Etiopía y Somalia; las víctimas del sida y del dengue; y las víctimas de la creciente insolidaridad internacional con las personas refugiadas y migrantes.
En resumen: ahora sí, ahora sí que ya tenemos voz por primera vez en la historia, “Nosotros, los pueblos” vamos a recordar las lecciones de Haití y las del coronavirus para iniciar a escala global una nueva era con otro comportamiento personal y colectivo de tal manera que todos y no sólo unos cuantos disfruten de la vida digna que les corresponde.

Conocimiento para inventar el futuro.

marzo 24, 2020

                                                                                                                                      

“ El ave canta aunque la rama cruja
porque conoce la fuerza de sus alas”.
José Santos Chocano
Poeta peruano, 1867-1935.

 

Deber de memoria: la más relevante lección de la crisis mundial producida por el coronavirus es que el conocimiento es el pilar fundamental de la nueva era.
En pocos años se han producido profundos cambios de índole muy  diversa que deben permitir ahora, si seguimos asidos al recuerdo y no permitimos que, una vez más, los pocos distraigan y amilanen a los muchos, alcanzar los siguientes grandes objetivos: la igual dignidad de todos los seres humanos, sea cual sea su género, etnia, ideología, creencia…; la participación de la ciudadanía a escala nacional (democracia real) e internacional (multilateralismo democrático), para el pleno ejercicio de una gobernanza que excluya los artificios plutocráticos (G7, G8, G20) del neoliberalismo y asegure un correcto legado intergeneracional; la movilización popular presencial y en el ciberespacio porque, por primera vez en la historia, todos pueden expresarse y comunicarse gracias a la tecnología digital; aplicar sin demora un nuevo concepto de seguridad para hacer frente no sólo a los conflictos territoriales sino a las catástrofes naturales o provocadas; un nuevo concepto de trabajo, que libere a la humanidad de muchas tareas que no requieren el uso de sus facultades distintivas, siempre la máquina a su servicio y nunca al revés; educación a lo largo de toda la vida, que no se confunda con capacitación, desarrollando la autonomía personal, las facultades reflexivas y creativas…; inaplazable puesta en práctica de la Agenda 2030 (Objetivos de Desarrollo Sostenible), teniendo en cuenta la prioridad indiscutible de los procesos potencialmente irreversibles…
Y, para todo cuanto antecede, para la nueva era que se inicia, fomento de la investigación científica y de la creatividad. “Investigar es ver lo que otros ven y pensar lo que nadie ha pensado”, me dijo el Prof. Hans Krebs en Oxford el mes de septiembre de 1966. “¡Sapere aude!”, atrévete a saber, proclamó Horacio. Y saber atreverse, para que los saberes no permanezcan inaplicados y estériles.
La pandemia a la que se está haciendo frente ha puesto de manifiesto muy graves deficiencias del actual modo de vivir: desigualdades intolerables; globalización de la insolidaridad; falta de coordinación en servicios básicos; brotes de supremacismo y racismo; incumplimiento de deberes humanos básicos; concentración de poder global en unos pocos consorcios mercantiles; asimetrías humanamente inadmisibles en los servicios de salud…
Saber y sabiduría para inventar un futuro distinto. Cuanto más sepamos más capaces seremos de actuar, de prever, de prevenir, de hacer frente a nuevos retos. Y poder estar serenos porque, como el ave “que canta aunque la rama cruja”, seremos conscientes de la fuerza de nuestras alas.
Federico Mayor Zaragoza
Presidente de la AEAC
23 de marzo de 2020

Breve historia de un ciempiés, con moraleja. Federico Mayor Zaragoza

marzo 21, 2020
Al escuchar las severas críticas que se han hecho a las propuestas del Gobierno sobre la crisis inducida por el coronavirus, aprobadas a regañadientes y con enfáticas presunciones de haberse anticipado, pensé en esta magnífica fábula del ciempiés, que publiqué en septiembre de 2013 y repito ahora:
“Cuentan que un ciempiés muy preocupado por la dificultad de poder marchar correctamente moviendo a la vez y bien acompasadas sus cien extremidades, decidió visitar al animal que tenía fama de ser el más lúcido y hallar rápidamente soluciones. “Me han dicho que está muy preparado… y que hasta puede expresarse fluidamente en inglés”.
Y se dirigió a la consulta del tan renombrado lince. Le explicó el mal “estructural” que le aquejaba. El lince reflexionó durante algún tiempo y después, mirando fijamente al ciempiés, le dijo: “Ya lo tengo. Lo que debe hacer es convertirse en cuadrúpedo: cuatro patas dan una gran estabilidad y, movidas horizontal o transversalmente, permiten un desplazamiento bien controlado”.
El ciempiés escuchó con fruición la recomendación del sabio lince y se marchó agradecido y alborozado.
Pero, de pronto, se detuvo y se dijo: “Me ha dicho lo que debo hacer… pero no cómo”… Desanduvo a toda prisa –la que le permitían sus cien pies embarullados- el camino recorrido, se presentó delante del lince y exclamó: “Me ha gustado mucho la solución que me ha dado… pero se le ha olvidado decirme cómo”. El lince le miró de nuevo fijamente y le dijo (¡en inglés!): “This is not my role. I am a policymaker” (“Esta no es mi función, yo soy un político”).
Moraleja: a partir de ahora, en los programas electorales, en los debates parlamentarios, en todos los proyectos y propuestas… los ciudadanos no olvidaremos exigir que los qué vayan acompañados de los cómo. Así, verbigracia: “…la solución está en crear empleo”. ¿Cómo?; …vamos a asegurar el bienestar social”. ¿Cómo?, etc., etc., etc.”.
Ante amenazas globales como las que suponen el cambio climático y el coronavirus todos los ciudadanos tienen el derecho y los políticos el deber de afanarse en hallar los cómo y no pretender usar los qué en su provecho.

¡Lo que faltaba!: ahora resulta que los culpables son los migrantes…Federico Mayor Zaragoza

febrero 17, 2020

Leo con consternación la  noticia de que “La Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha avalado las devoluciones en caliente en la frontera española y con ello anula su condena a España de 2017 por estas prácticas”  (www.eldiario.es14/02/20). Continúa  diciendo que “los migrantes denunciantes se pusieron ellos mismos en una situación de ilegalidad al intentar entrar deliberadamente en España por la valla de Melilla».

Más adelante se puede leer que “De esta manera, la Corte rompe con el criterio de los magistrados que estudiaron el caso en primera instancia, que concluyeron en 2017 que la expulsión inmediata….  de agosto de 2014 violó el Convenio Europeo de los Derechos Humanos, en relación a la prohibición de los retornos colectivos y la obligación de garantizar el derecho de recurso efectivo de las personas devueltas”.
Lo primero es la gente. Es la dignidad de la gente… En un artículo titulado “Morir en Lampedusa”, de  Sami Naïr,  publicado en “El País” el 5 de octubre de 2013, decía, entre otras cosas: “Ciertamente es indispensable repeler estos flujos, pero ello no se puede hacer en detrimento de un tratamiento humano de la cuestión migratoria… En algunos países europeos ricos se han puesto en marcha en estos últimos años restricciones enormes a la concesión del título de refugiado. Es ahí donde radica la “vergüenza” y esta “globalización de la indiferencia” de la que habla el Papa Francisco”.
Es urgente enderezar los torcidos caminos del presente europeo. Es imprescindible rectificar el error histórico de una unión monetaria sin unión social, política ni económica. La piedra angular del edificio europeo que el mundo necesita no es el euro sino la democracia genuina, no los valores bursátiles sino los éticos.
¿Qué proclamaron Robert Schumann, Jean Monet, Konrad Adenauer…? Pues que nunca más se resolvieran los conflictos por la fuerza, que era necesario buscar espacios de entendimiento, de conciliación… inspirados siempre por los principios democráticos que, desde aquel momento, guiarían a Europa. “Tendremos que ser capaces de inventar formas nuevas de gobernación”, exclamó Schumann…
Es apremiante refundar la Unión Europea sobre los “principios democráticos” que la UNESCO establece en su Constitución y que en 1950 sentaron la base de un proyecto de concordia regional. Cada ser humano igual en dignidad. Cada europeo, por tanto. No es la Europa potente económicamente la que jugará el papel histórico que le corresponde en la inflexión que vivimos. Sino la Europa potente socialmente. La Europa solidaria. La de la mano tendida…
¿Dónde está la Europa de los principios democráticos para, con su autoridad moral, poder ser torre de vigía de los derechos humanos?
Europa, tan ajetreada, calla. Pero hablará pronto, porque si se traspasan los límites de la evolución llegará la revolución. Y la revolución casi siempre implica violencia. Europa: escucha el clamor del pueblo,… y habla!
Ésta no es la Europa de la Unión que pretendemos y que debemos procurar afanosamente cada día.
Precisamente, la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea establece la igual dignidad humana como pilar básico de todos los derechos humanos. Así lo expresa en su artículo 1º  “Dignidad humana. La dignidad humana es inviolable. Será respetada y protegida”.
Es esta la Europa que puede hoy, frente a retos globales potencialmente irreversibles, reconducir las presentes tendencias que, está claro, podrían afectar gravemente la habitabilidad de la Tierra.
La gran transición radica, no me canso de repetirlo, en sustituir progresivamente, la razón de la fuerza por la fuerza de la razón, por la palabra. Debe evitarse este tratamiento inhumano a los migrantes que realmente no pueden vivir en sus países de origen donde llegan a morir de hambre y de inasistencia sanitaria,  por muchos artificios jurídicos con que se pretenda disfrazar la obligación de acogida. El actual concepto de defensa territorial a  ultranza del Presidente Trump que ignora el cambio climático y la puesta en práctica de la Agenda 2030… que margina al Sistema de las Naciones Unidas y que desoye a quienes están convirtiendo el Mare Nostrum en una horrible necrópolis en lugar de ser un espacio de solidaridad… que es incapaz de hacer frente a los incendios, a las inundaciones, a los terremotos… requiere un cambio radical que si no lo dan los amilanados gobernantes lo conseguirán “Nosotros, los pueblos”.
En efecto, todos tenemos que tener presente –especialmente ahora que hacemos tantos cálculos interesados sobre el “coronavirus”- que la terrible realidad cotidiana es la muerte de miles de seres humanos por desnutrición y pobreza extrema al tiempo que se invierten en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares.
Las manos de los Estados y de los más acaudalados (Europa y Estados Unidos) «se cierran opacas», en expresión de José Ángel Valente, cuando nos escribía «desde un naufragio, sobre el tiempo presente, sobre la latitud del dolor, sobre lo que hemos destruido, ante todo en nosotros».
Leamos a Valente y seamos valientes alzando un gran clamor popular antes de que “se nos caiga la cara de vergüenza».

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