
Intolerable acción militar antes de que los inspectores designados por las Naciones Unidas dictaminen sobre el uso de las armas químicas en uno de los últimos reductos rebeldes. Como en Irak, antes de que los inspectores liderados por Hans Blix indicaran que no habían armas de destrucción masiva, se produjo la invasión… ¡Lo más trágico de los presentes sucesos es que el Presidente Trump ha dicho que los misiles que iba a emplear eran “nuevos, bonitos y elegantes”! ¡Es demencial e intolerable! Se arguye con razón contra las armas químicas al tiempo que se afirma la sinrazón de las atómicas….
A propósito de los múltiples incendios en Galicia, la isla de La Palma, California,…, terremotos de Italia y Birmania y muchas otras catástrofes.
Los grandes poderes actuales siguen pensando que la fuerza militar es la única expresión y referencia de “seguridad”. Gravísimo error, costosísimo error que se ocupa exclusivamente de los aspectos bélicos y deja totalmente desasistidos otros múltiples aspectos de la seguridad “humana”, que es, en cualquier caso, lo que realmente interesa.
Cuando observamos los arsenales colmados de cohetes, bombas, aviones y barcos de guerra, submarinos… y volvemos la vista hacia los miles de seres humanos que mueren de hambre cada día, y hacia los que viven en condiciones de extrema pobreza sin acceso a los servicios de salud adecuados… y contemplamos consternados el deterioro progresivo de las condiciones de habitabilidad de la Tierra, conscientes de que debemos actuar sin dilación porque se está llegando a puntos de no retorno en cuestiones esenciales del legado intergeneracional.
Cuando nos apercibimos de la dramática diferencia entre los medios dedicados a potenciales enfrentamientos y los disponibles para hacer frente a recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis,…) constatamos, con espanto, que el concepto de “seguridad” que siguen promoviendo los grandes productores de armamento es no sólo anacrónico sino altamente perjudicial para la humanidad en su conjunto, y que se precisa, sin demora, la adopción de un nuevo concepto de “seguridad”, bajo la vigilancia atenta e implicación directa de las Naciones Unidas.
¿Quién se acuerda de Haití? ¿Y de Ecuador? Cuando admiramos la heroica actuación de unos expertos bomberos y unos cuantos helicópteros y avioncitos en La Palma… y recordamos la “plenitud” del F-16 y F-18, y los misiles y escudos anti-misiles, y los portaaviones, y las naves espaciales… cuando seguimos las acciones admirables que llevan a cabo tanta gente y voluntarios para rescatar a algunas personas todavía vivas después de un terrible seísmo, sentimos el deber ineludible de alzar la voz y proclamar, como ciudadanos del mundo, que no seguiremos tolerando los inmensos daños, con frecuencia mortales, que sufren por tantas otras modalidades de “inseguridad” quienes -una gran mayoría- no se hallan protegidos por los efectivos militares.
La seguridad alimentaria, acceso a agua potable, servicios de salud, rápida, coordinada y eficaz acción frente a las situaciones de emergencia… es -ésta y no otra- la seguridad que “Nosotros, los pueblos…” anhelamos y merecemos.
En estos últimos meses, tanto a escala nacional como internacional (incluyendo las Naciones Unidas), he tenido ocasión de observar la “sorpresa” con que algunos políticos, parlamentarios, representantes de países… veían tambalearse los esquemas “habituales”, atados y bien atados por quienes, desde siempre, encumbrados, han ejercido el poder siguiendo las pautas habituales, incapaces de apercibirse de la histórica irrupción de la gente en escenarios en los que hasta ahora no tenían acceso.
“¿Qué está pasando”?, se preguntan, mirándose unos a otros con extrañeza. Lo que está pasando es muy sencillo y se había anunciado hace ya algún tiempo: los seres humanos están dejando de ser invisibles, anónimos, temerosos, silenciosos, espectadores, obedientes… y están pasando a ser actores que participan, protestan y proponen. Y es que ahora ya pueden expresarse, y en consecuencia, poner en práctica el lúcido inicio de la Carta de las Naciones Unidas: “Nosotros, los pueblos…”
Los nuevos protagonistas están trastocando los organigramas políticos tradicionales y comienzan a “cambiar de rumbo y nave”, como aconsejaba José Luis Sampedro.
Muy pronto ya no será posible seguir manteniendo la vergüenza de unos grupos compuestos por unos cuantos países acaudalados intentando asumir –otro gran fiasco del neoliberalismo- la gobernanza mundial (¡193 países!); ni se permitirá que se presenten programas electorales que al día siguiente se cambian indecorosamente; ni que se apliquen “rodillos” parlamentarios basados en mayorías absolutas electorales pretéritas; ni que se sigan disminuyendo las ayudas al desarrollo… mirando para otro lado para no contemplar los desgarros de la extrema pobreza y desamparo, con miles de personas muriendo cada día de hambre al tiempo que se invierten en armas y gastos militares –no me canso de repetirlo- 3,000 millones de dólares; ni se tolerará que se celebren reuniones y más reuniones, Cumbres y más Cumbres sobre temas como el “desarrollo sostenible”, cuando –aún con el inmenso riesgo de alcanzar puntos de no retorno, afectando irreversiblemente la habitabilidad de la Tierra- no se aportan los recursos ni se adoptan las apremiantes medidas ineludibles… Es bochornoso pensar que –como acreditan las desgarradoras imágenes de inmigrantes- las ayudas al desarrollo hayan decrecido enormemente, otro de los grandes “efectos colaterales” del actual sistema económico…
La transición de una economía de especulación antidemocrática y anti ecológica, deslocalización productiva y guerra, a una economía basada en el conocimiento para un desarrollo global sostenible y humano se logrará porque varios millones de “Nosotros, los pueblos…”, en grandes clamores populares, lograrán los radicales cambios hasta ahora irrealizables.
Participación ciudadana y ciudadanía mundial. Aunque algunos obcecados se resistan a reconocerlo, una nueva era se avecina.
Por fin, “Nosotros, los pueblos…”, como se inicia la Carta de las Naciones Unidas ya podemos expresarnos libremente. Naciones unidas por los que ahora se lamentan del resultado del referéndum de Grecia, porque después las marginaron y sustituyeron por los grupos oligárquicos y colosales consorcios mercantiles. ¡Qué bien que la democracia, insubordinada, haya prevalecido sobre la plutocracia!
Han ganado los “pueblos”, porque en la era digital ya tienen voz. Porque ahora ya la participación está asegurada y las democracias formales pasarán a ser genuinas.
Ha llegado el momento de ser, de aprender a ser. ¡Que las personas se adueñen de sí mismas! Y los países también, dejando de depender de este inmenso poder sin rostro. Y así, indómitos, iremos diseñando el mundo nuevo que corresponde a la era digital y al antropoceno.
La inercia es el gran enemigo. La solución –como en la naturaleza- es la evolución. Pero, como he repetido desde hace muchos años, si no hay evolución habrá revolución. La diferencia es la “r” de responsabilidad. Cuando se avecina el “nuevo comienzo” que preconiza la Carta de la Tierra, oigan los encumbrados la voz del pueblo. Mejor es la evolución, conciliadora, innovadora.
Atendamos todos la voz del pueblo.
En poco tiempo, “Nosotros, los pueblos…”. En poco tiempo, de súbditos a ciudadanos
El actual sistema sigue funcionando como si la crisis fuera sectorial, económica, financiera… sin querer darse cuenta de que es, sobre todo, ética, social, democrática, política, medioambiental… De que, en tres décadas, ha tenido lugar la emancipación -¡ya era hora!- de millones de seres humanos hasta entonces sometidos, sumisos, espectadores impasibles y atemorizados. Ahora, en crecimiento exponencial, son cada día muchos más los que saben, los que adquieren conciencia mundial, los que pueden expresarse, los que pueden participar, los que pueden protestar, los que pueden proponer…
¡Tantos invisibles, anónimos, silenciosos se han hecho visibles, identificables, voz alta y firme! Se avecina una gran inflexión. En poco tiempo, democracia genuina a escala mundial, regional, nacional, local, personal. En poco tiempo, las riendas del destino colectivo en manos de los pueblos y no, nunca más, de unos cuantos. En poco tiempo, ciudadanos y nunca más súbditos. En poco tiempo, multilateralismo eficiente y nunca más grupos oligárquicos. En poco tiempo, pleno ejercicio de los derechos humanos en un contexto auténticamente democrático.
En poco tiempo, por fin, emancipados.
En poco tiempo, “libres y responsables”